Tribuna Libre|| «La Navidad del Coronavirus» por Fernando Martín Durán

En la primera parte de esta pandemia que azota a España desde hace más de ocho meses, escuché hablar muchas veces de que en este año 2020 no íbamos a tener Semana Santa. Fue cuestión de unos días, pues el inicio del confinamiento apenas nos dejó tiempo para más. Posteriormente pudimos apreciar que aunque fuese de otra manera, la Semana Santa no se la llevó el Covid-19, permaneció firme en el espíritu de la mayor parte de los creyentes católicos. Se perdió, eso sí, el barroquismo que suponen las procesiones en la calle.

Se perdió el escaparate de la Semana Santa, pero la esencia de la celebración del misterio de la muerte y resurrección de Cristo se mantuvo intacto e incluso para muchos supuso una posibilidad inigualable de ser celebrada con más intensidad.

Unos meses después volvemos a hablar de otra de las celebraciones más destacadas del calendario festivo en España, la Navidad.

A estas alturas parece evidente, y a casi nadie le caben dudas, que quienes quieran hacerlo, y Dios se lo permita, podrán conmemorar, con el mismo gozo de siempre, el nacimiento del Mesías en Belén pudiendo, también, alegrarse con el estreno de un nuevo año o ilusionarse con la llegada de unos Magos que todos los años nos recuerdan quien es el verdadero Rey. Así pues, no parece que las actuales circunstancias sanitarias empeoren tanto como para evitar una celebración formal de esta Navidad 2020.

Distinto será cuando esa nube y ese jolgorio intrascendente que envuelve todo esto y al que nosotros damos tanta importancia, quede reducido este año a su mínima expresión.

Cuántas veces hemos criticado que las navidades se habían convertido en unas fechas en las que lo único que importaba era consumir, comprar, ir de fiesta y comer; comer mucho y bueno en el caso de aquellos que tuviesen posibilidades de hacerlo, sin importar para nada la celebración cristiana del nacimiento del Niño Dios, ni los problemas que pudieran tener otros, ya fueran vecinos, amigos, familiares, indigentes o emigrantes.

Este año todo ese oropel se va a desmoronar solito. Y probablemente, si las autoridades y los ciudadanos somos responsables, vivamos unas navidades más austeras en donde la solidaridad será el mejor regalo que podamos hacernos, pero será una solidaridad real en la que lo que de verdad importe sea nuestra preocupación por el bienestar y la salud del prójimo. Una solidaridad que viviremos desde el núcleo familiar de convivientes y en donde el deseo de compartir con los seres queridos estos días, acentuará más el cariño y abrirá el corazón de muchos.

No nos equivoquemos otra vez. La Navidad, como la Semana Santa, seguirá existiendo y será más auténtica que nunca, teniendo una vez más la oportunidad de demostrar la bondad y la grandeza de los seres humanos antes que la vileza de estos mismos. Probablemente este año, y permaneciendo cada uno en su casa, sea el primer año que podamos celebrar “todos juntos” la Navidad. Tan sólo será necesario acudir a la caridad y desearnos, con sinceridad y sin condición alguna, salud, paz, prosperidad y bien.

Después llegará el 7 de enero, y si la lotería no lo impide o los Reyes no nos dejan un regalo extra en forma de vacuna, las cosas volverán a ser como ahora, pero nadie podrá quitarnos que esta Navidad del 2020 haya sido una Navidad de verdad que quisimos vivir con esperanza y cerca de todos, incluso de aquellos que ya se fueron.

Fernando Martín Durán

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