Homilia del Viernes Santo

                           

MIRAD EL ÁRBOL DE LA CRUZ,
DONDE ESTUVO CLAVADO EL SALVADOR DEL MUNDO

En esta jornada de Viernes Santo todos los años se proclama la Pasión según San Juan. Invito a todos, a que en este Viernes Santo tan atípico, dediquemos una hora a meditar y leer pausadamente este relato evangélico. (Jn 18 ,1 – 19, 42).
Nos vamos a fijar en un episodio que suele pasar desapercibido, pero que es crucial. En el momento de arrestar a Jesús, Simón Pedro sacó una espada e hirió al criado del sumo sacerdote.
Esto podría haber supuesto un giro total a la Semana Santa tal y como la conocemos. En esa revuelta que comienza ahí, tal vez Jesús o algunos o de sus apóstoles habrían muerto acuchillados, o a golpes,… Es decir, la muerte de Jesús habría sido distinta a la que tuvo, habría sido una muerte en el fragor de un campo de batalla, y quizás en esa batalla campal, la incipiente Iglesia hubiese desaparecido para siempre aquella misma noche junto con su Maestro y fundador…
Por eso, creo que esta escena es central en la Pasión del Señor, y siempre le he dado muchísima importancia a la insólita reacción de Jesús: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
En el fondo de esa reacción de San Pedro, se encuentra nuestra permanente pretensión de no querer aceptar la Cruz, de rebelarnos y, luchar contra ella con todas nuestras fuerzas, para librarnos de su peso bien sea «por lo civil o por lo criminal».
Y es que nos llamamos cristianos, pero, sin embargo, seguimos sin aceptar la Cruz. Consideramos que la Cruz es sinónimo o de que Dios no existe, o de que no es bueno o de que es impotente.
Y así, de hecho, nuestra oración suele consistir en pedirle a Dios que nos quite la Cruz, para que así, nos demuestre su existencia, su bondad o su poder.
No hay una oración más anticristiana que esa: Pedirle al Señor que nos quite la Cruz.
El Señor nunca nos prometió que nos iba a quitar la Cruz. Lo único que nos prometió el Señor es que iba a darnos la fuerza necesaria para cargarla, y que el peso de ésta (… porque la cruz pesa) no nos iba a vencer: «el que quiera ser mi discípulo, que se niegue así mismo, que cargue con su Cruz y me siga». (Mt 16, 24).
Hoy, Viernes Santo, Jesucristo nos enseña que aceptar la Cruz, no es una propuesta de cara a la galería. Con su Pasión y Muerte, el Hijo de Dios nos muestra en primera persona, que la aceptación de la Cruz es una actitud vital que debe distinguir al auténtico creyente del que no lo es. Una actitud que nos debe hacer vivir con un talante distinto al que nos ofrece esta sociedad del bienestar. O como diría el  cura Carlos… «del malestar en el bienestar’. Cristo nos enseña que la Cruz no es el acabose. Hay vida más allá de la Cruz, y los cristianos, como discípulos suyos que somos, no estamos llamados a rehuir la Cruz, sino a aceptarla y cargarla valientemente.
Cristo no era masoquista, nosotros tampoco. Aceptamos la Cruz porque es camino de Salvación. La Cruz en sí misma, no tiene sentido, pero cuando viene de Dios es ocasión de poder encontrarnos con la Misericordia y la Salvación de Dios.
Por todo ello, me permito terminar con una oración que, a mí me ha venido muy bien en muchos momentos de mi vida, y que resume perfectamente esta experiencia de fe:

PEDÍ A DIOS
«Pedí a Dios fuerza para grandes logros: Me hizo débil para que aprendiera humildemente a obedecer.
Pedí a Dios riquezas para poder ser feliz: Me dio pobreza para poder ser sabio.
Pedí a Dios poder para obtener alabanzas de los hombres: Me dio debilidad para sentir la necesidad de Dios.
Pedí a Dios de todo para disfrutar de la vida: Me concedió la vida para poder disfrutar de todo lo que Él me ha dado.
No recibí nada de lo que pedí, pero me fue otorgado todo lo que necesité y me fueron concedidas todas las peticiones que no hice.
Y soy entre todos, una persona afortunada».

Luis Salado de la Riva

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