A JUAN SOTO DE LA CALLE

Se llamaba Juan y, a tres días de su Santo, se ha marchado a lo alto para  celebrarlo junto a su Señor de las Penas y junto a Tere, su querida esposa,  que ya lo esperaba en el cielo. 

Una hermandad es reflejo de lo que son sus hermanos y  hay hermanos que hacen hermandad con su ejemplo  de nobleza y de entrega a los demás.  Juan Soto de la Calle, señor, cofrade y hermano ejemplar,  es en gran medida responsable de todo lo  que tiene de bueno y de grande nuestra cofradía. Porque es en los gestos sencillos, callados y nobles donde se demuestra la grandeza de un hombre, la calidad de un cristiano, la madera de un cofrade. Y, Juan, andaba sobrado de todos esos atributos que sólo a las personas de noble corazón Dios regala en abundancia. 

No tenía un no por respuesta cuando su hermandad lo requería. No faltaba en sus labios una palabra de aliento cuando las circunstancias eran adversas.  No escatimaba agradecimientos para cualquier Junta  de Gobierno a la que apoyaba de alma y corazón. 

Trabajó incansablemente por esta cofradía durante toda su vida. Hijo del barrio de San Mateo, junto a sus tres hermanos, heredó de sus padres la sangre roja y negra que bulle orgullosa por  las venas de sus hijos y de sus nietos. Vivió conforme a su fe y dio buen ejemplo de ella con su vida sencilla de entrega a los demás. Llevó siempre su medalla colgada en el  pecho y murió con la medalla  puesta entre sus manos, aferrándose a esos titulares que le enseñaron el camino del cielo.

¡Cuántas oraciones al Señor de las Penas has elevado,  Juan, por tantos hermanos que descansan ya en la casa del Padre! Ya no podremos oírla de tus labios, Juan,  resonado en la capilla del que está sentado en la dura peña de nuestras infidelidades.  De las nuestras, Juan, porque tú siempre le fuiste fiel a tu Señor de las Penas;  Como Secretario, como fiscal de su paso, como padre, como hijo, como hermano…. Como un cofrade al que hemos de parecernos más para que la hermandad sea aún más grande de lo que tú la soñaste y  de como tú la hiciste.

No, ya no oiremos esa oración pronunciada de tu boca, pero resonando en nuestros corazones, te pedimos, Juan, que se la entones al Señor de las Penas cara a cara para que siga cuidando de tu hermandad a las que tanto quisiste, a la que tanto sigues queriendo allá arriba. Que cuando lo veas, Juan,  le digas de nuestra parte;

¡Oh piadoso Señor de las Penas, ante vuestro sagrado rostro, comparezco por fin,  lleno de alegría,  superadas ya todas las penas terrenales!

¡Que descanses en el Señor de las Penas querido hermano!

Francisco Zurita Martín

Hermano mayor

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