Tribuna Libre|| «Vencer al virus» por Fernando Martín Durán

Para esta sociedad acomodada en la que, hasta hace apenas unas semanas, vivíamos, todo ha sido cada vez más fácil. Excepción hecha de los periodos de crisis económica, los ciudadanos teníamos la sensación de ir permanentemente avanzando. El ser humano se ha sentido capaz de llegar al mismo nivel que la naturaleza, podía alcanzarlo todo, la ciencia avanzaba, la tecnología y las comunicaciones imponían cambios a una velocidad superior a la que éramos capaces de asimilar y en algunos países se han llegado a alcanzar grandes cotas de derechos y libertades individuales.
Cuando pensábamos que el ser humano era el centro del universo, que nada superaría los límites del hombre o del hombre y la “máquina” juntos, cuando intentábamos decidir por decreto ley lo que sólo las leyes naturales, la moral individual o los avances científicos debían decidir. Cuando pretendíamos estar a la altura de Dios porque éramos capaces de crear o apagar la vida a nuestro gusto; entonces y sólo entonces, nos topamos de bruces con la realidad.
Una realidad que se aliaba con algo que ni el hombre, ni la ciencia, ni la política eran capaces de dominar, algo imperceptible al ojo humano, algo inesperado, que no respondía a los dictados de lo conocido, ni obedecía órdenes. La lucha del hombre contra él fue definida como una auténtica batalla, pero sus armas no hacían ruido. En muy poco tiempo, algo que al principio apenas causaba curiosidad, poco después fue derivando hacía un inquietante nerviosismo llegando incluso a crear ansiedad y hasta miedo.
Lo teníamos perfectamente identificado, incluso llegamos a saber de donde venía, pero no conocíamos sus intenciones. Y lo que era peor, el adversario ni era sumiso, ni éramos capaces de controlar su expansión.
Entonces esa sociedad, que había alcanzado grandes niveles de libertad y progreso y cuyos derechos parecían no tener límites, tuvo que sucumbir a la evidencia, volver a pensar en su insignificancia y en la irrelevancia de sus capacidades, acudiendo en muchas ocasiones a lo trascendente para evitar el sometimiento y la desesperación.
Por todo ello y a falta de otras armas con las que hacer frente a este particular enemigo, valores como la humildad, la capacidad de oración, la solidaridad, el respeto, la disciplina, la responsabilidad, la persistencia, la calma, la inteligencia y la gratitud pueden llegar a convertirse en el más fiel y seguro escudo del ser humano.
Ahora que todavía no somos capaces de ver la luz al final del túnel, vamos a ser positivos. A lo mejor entre tanta impaciencia, tanta impotencia y tanto dolor podemos sacar algo bueno que nos sirva para vencer al virus y a nuestro propio orgullo.

Fernando Martín Durán

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