CARTA DE AGRADECIMIENTO A LA CUADRILLA DEL SEÑOR DE LAS PENAS, Por Alejandro Yesa

Y fue como Tú quisiste, solo Tú sabías que ocurriría, solo Tú serías el dueño de aquellos acontecimientos. Ya ha pasado más de una semana, pero aún habita en mí momentos, imágenes y hechos que siguen rondando mi cabeza y que necesitaría más de trescientos años para poder explicártelo.

Empezaste regalándome a aquel nazareno que serviría de guía a tus golfillos, demostrándome lo fácil y simple que suelen ser las cosas.

A las cinco de la tarde “hora taurina” se abrieron las puertas de tu reino, por las cuáles empezarías a regalarle la fe a todo tu barrio. Dos horas antes, Tú cuadrilla; la del arte cantaba y bailaba por bulerías, ¡sí!… por bulerías; inmenso preludio de lo que posteriormente acontecería. Esa cuadrilla, Tú cuadrilla de hermanos, que ahora no es solo eso, sino también una gran familia.

Asomabas por el dintel y ya no sonaban bulerías; bueno, casi, desde otro rinconcito de tu tierra donde la bulería es santo y seña: La Plazuela, llegaba la agrupación de la sentencia con su centenar de artistas; aquella que las leyendas contaban que nunca pisaría tu reino, pero Tú sabes premiar a los que se lo merecen y quisiste que sus aires convertidos en melodías alcanzaran tu gloria. Unos aires melódicos que  empezaron a sonar como Recuerdos de un pasado que cada martes Santo se hacen presentes.

Abandonaste tu barrio ante el fervor de tu gente y te adentraste en el jerez de extramuros. Por los carriles oficiales, una llamada por un familiar necesitado de ti. No le fallaste. Ibas con paso firme, rápido, constante y al frente, sabiendo que te esperaba y le ofreciste tu presencia, para que te contemplara, aun sabiendo que rompías con las reglas establecidas, sabías que te necesitaba y unos costeros en el sitio le regalaste, encontrando lo que querías: la sonrisa de Marcos.

Con paso firme hasta que de nuevo arriaste. Y allí estaba él, su alma eterna de capataz. Gracias Gorrión por hacer tu llamador escuchar como cada Martes Santo.

Ya de vuelta al barrio, supiste reconocerle su esfuerzo y le concediste un pequeño homenaje de lo que él se merece. Un cuarto de siglo, que no es poco, le atesoran en tus benditas trabajaderas. Sabías que era muy simple, solamente una llamada de aquellos que arriban te acompañan; los diegos, le sirvió.

Ese  momento que se hace inolvidable, también fue diferente. Esa saeta en forma de composición melódica que suena tras de ti en San Lucas esta vez no se escuchaba. Tú cuadrilla, la torera,  aquella que es capaz de cantar por bulerías como de prestar caridad a los más necesitados, mientras se acercaba a la casa de tu madre Dolores,  con un andar silencioso rezó  en forma de oración eterna, el Padre Nuestro que nos enseñaste, para que llegase a lo más alto de tu gloria, lugar donde Paco Bazán descansa.

Otro cante al cielo de los grandes, la saeta de Luis Lara, mientras en lo más profundo del corazón de San Lucas, los hermanos de la hermandad de las Tres Caídas seguían llorando a su eterno Hermano Mayor. Fue una  levantá desde el cielo, aquel en el que Paco Bazán habita para que así siguieras caminado acariciando tu barrio.

Antes de despedirte y como no podía ser de otra manera, lo hiciste por bulerías, pero de La Plazuela, ochenta rezos en forma de marchas que hicieron participe tu acompañamiento. No sin antes, quedándote esperando a tu madre, aquella que desconsolada se apoya en San Juan para tan sufrimiento, y mira si venía guapa. Qué bien le sienta los trescientos años, ¿verdad?

Solo tengo que agradecerte una y otra vez por todo lo vivido, gracias a mi familia por hacerme rojo y negro, a mi cuadrilla, a mis capataces y a ti Señor por ese Martes Santo que nos brindaste. ¿Casualidad?, no lo sé, no soy de creer en las causalidades, pero  mientras tanto y hasta el 11 de octubre…

Yo…seguiré pensando.